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La cestería de Alpanocan, tejido identitario
Angelina B. Gradas
Tochimilco. La palma de sauce, varas houjote o mimbre se tejen con los sueños y la identedad desde hace miles de años en San Antonio Alpanocan, junta auxiliar de este municipio y es un oficio que viene desde los primeros pobladores originarios de esta parte del Estado de Puebla y nace por la necesidad de tener la forma de transportar los alimentos, por lo que se creó a través del tejido contenedores de formas básicas como el tenate, la canasta y el chiquihuite.
En Alpanocan, se calcula que al menos el 55 por ciento de los habitantes se dedican a este oficio que ha pasado de generación en generación por milenios de años.
Este porcentaje aumenta hasta el 70 por ciento debido a que la técnica de tejido se aplica usando otros materiales como plástico, por lo que es la mayor parte de la población la que da continuidad al oficio que aprendieron de sus abuelos y padres.
Del monte obtienen la materia prima para la elaboración de todo tipo de figuras, básicamente canastas para el mercado, pero algunos de ellos han diversificado y se arriesgan a crear en diferentes dimensiones objetos hechos de materia orgánica que perdura por muchos años.
Porfirio y Laura Castañeda
En una esquina de la calle principal del centro de Alpanocan, en el muro queda claro el objetivo del localito oscuro pero lleno de arte, “cuna de artesanías” acompañado de la siguiente leyenda: “tlamaxtilogan nejua nan nomaxtia nitlachiba chikihuitl igan inagas” que significa lugar donde se enseña a tejer canastas con asa.
Al entrar es perceptible el aroma a palma, adobe y bosque, las canastas, cestos, flores de varas y más inundan el pequeño lugar donde apenas caben las tres personas que se encargan de el don Porfirio, doña Laura y Reina su aprendiz.
Porfirio un hombre casi de la tercera edad, cabello cano, tez morena se sienta en una silla hecha de varas, corteza y tronco de algún árbol de la zona, toma uno de sus tejidos en las manos, el cual además tiene pintados a mano una casa, un árbol y la leyenda “Nantochan, recuerdo de Alpanocan”, es quien comienza el relató.
Comparte que fue su abuelo y su padre quienes le enseñaron el arte de tejer la naturaleza para preservarla, fue a los 13 años cuando empezó la enseñanza y él a diferencia de sus hermanos la idea le llenó la cabeza de sueños locales, porque sus familiares ya emigraron a Estados Unidos.
Sabe tejer lo tradicional, pero con los años se aventura tanto a incluir otros materiales como a darle formas caprichosas a sus creaciones.
Confió en la plática con este medio de comunicación que el más grande de sus sueños era poner una fabrica de canastas, un sueño que no se ha concretado del todo, pero que actualmente se realiza en parte gracias a los jóvenes y señoritas aprendices que llegan hasta el local y a quienes pacientemente les transmite su conocimiento, técnica y amor por la cestería; “porque para la fábrica estamos muy lejos de esto, entre otras cosas, por falta de apoyo del gobierno”, indicó.
“Nosotros no tuvimos hijos, pero eso no es impedimento para heredar este oficio, por ello como lo dice la pared de la entrada hemos convertido este lugar en el lugar donde se enseña a tejer canasta con asa. A ellos llegan quienes no tienen en casa este ejemplo y se han dado cuenta que además de un arte es una fuente de ingresos económicos y que forma parte de su identidad.
Aseguró que una canasta le toma crearla unos 45 minutos, pero si se la encargan pueden ser menos, pues la técnica ya se la sabe de memoria y podría hacerlo hasta con los ojos cerrados.
La reseña la continua Laura, su esposa, mujer delgada, de estatura baja que llego cargado del monte, en su canasta, un rollo de varas, se situó al fondo, en la especie de trastienda que tienen y desde ahí escucho a Porfirio.
En un momento dado, tomó la canastita que estaba tejiendo y sin mirar arriba continuó con su labor mientras platicaba que en su casa solo su papá sabía del oficio, pero no se los transfirió, por lo que ciertamente lo aprendió ya casada.
Aseguró que prefiere tejer canastas que dedicarse al campo, porque eso está lejos y es muy cansado ya para su edad, mientras sus dedos de manera casi automática tomaban una vara, la pasaban por agua para humedecer un poco y hacerla flexible, la ataban a las que ya tenía tejidas y sin quitar la vista de sus dedos con unas pinzas tejía y cortaba los excedentes, en cinco minutos terminó el objeto.
Por momento parecía ser ajena al barullo que los reporteros traían dentro del local tomando fotos, preguntando en lo individual, el tejido es su terapia para sobrellevar la vida en la junta auxiliar de Alpanocan, una vida sin hijos dedicada a crear objetos únicos, “porque ninguno es idéntico a otro, aunque lo parezca”.
Cestería y la fiesta
Para este par de artesanos salir de su comunidad no ha sido necesario para sobrevivir, la cestería los ha mantenido a lo largo de su vida juntos pues sus principales clientes son la gente de la comunidad, quienes compran esta artesanía para sus eventos sociales, para los centros de mesa, para llenarlos de frutas y darlos de regalo a los padrinos o como las flores de vara y esferas para adornar con flores la casa para la fiesta.
Son contados los pedidos de fuera que tiene, como el caso de los sombreros que recientemente hicieron para el Huey Atlixcáyotl, fueron 30 en total y les llevó cerca de un mes elaborarlos, pero estuvieron presente en esta importante fiesta de la identidad poblana a través de esta artesanía.
Actualmente para abaratar un poco el costo de los productos que les encargar por mayoreo se ha visto en la necesidad de incluir el plástico con el fin también de reforzar el tejido para hacer más duradera la canastilla o el objeto en cuestión.
Sus costos en el local realmente están por debajo de lo que se puede encontrar en ciudades como Atlixco o Puebla, pues muchos de los que viven en Alpanocan y tejen les compran mayoristas que revenden estas artesanías al doble o hasta el triple en otras ciudades.
Además de que se enfrentan a la falta de apoyo por parte del gobierno a través de programas sociales también tienen competencia con los productos maquilados, principalmente los chinos que se venden en los grandes almacenes donde la gente por una canasta que ellos ofrecen en 250 pesos puede pagar hasta mil pesos y eso les abarata también sus precios ya que con tal de vender los bajan a veces hasta donde el cliente quiere pagar.