Líderes de la CROM en Atlixco vivieron etapas políticas que marcaron su destino: especialista

MIGUEL ÁNGEL DOMÍNGUEZ RÍOS/JORNADA DE ORIENTE
30 ENERO DE 2009

Atlixco. Enero es para una parte de la historia de Atlixco, la sindical, un mes de coincidencias. Un 6 de enero nació Antonio J. Hernández. Y un 30 de enero murió Eleazar Camarillo Ochoa. El primero cumpliría más de un siglo de edad, y el segundo hoy cumple una década de desaparecido físicamente.

Por ese motivo, La Jornada de Oriente buscó, teniendo como base un trabajo serio y profesional realizado por Denisse García Rodea, titulado La transición a la democracia y fin del caciquismo en el municipio de Atlixco, sustentar algunas diferencias políticas y de contexto entre ambos ex líderes de la CROM. Al primero llamaron “cacique–sindical–regional” y al segundo “cacique–operador–regional”.

 

Un mismo sitio, dos escenarios diferentes 

“Fueron las circunstancias inherentes en el país las que permitieron el liderazgo en primera instancia de la central obrera y en segundo lugar de don Antonio... los diferentes grupos políticos que coexistían en todo el territorio nacional estaban en una diáspora, esto es, estaban regionalizados... entonces parte de las reglas no escritas era que los liderazgos locales eran los que sostenían al sistema, al sistema político imperante en ese momento, en esa época, y gracias a esas circunstancias políticas nacionales, fue como la CROM, y más específicamente Antonio J. Hernández, tuvo la oportunidad de ejercer ese liderazgo tan... profundo”, afirma un familiar de ese personaje político citado el texto. 

Antonio J. Hernández, agrega, tendría poder de negociación con funcionarios gubernamentales y contactos e influencias que le daban prestigio en el municipio, ya que no era fácil acceder a las autoridades, sólo el cacique lo podía hacer; por eso lo necesitaba la burguesía (y la población en general). “A este cacique–regional–sindical le tocó convivir con los Ávila Camacho en la década de los 40. Se cuidaban el uno al otro. Compartían intereses de todo tipo”.

A diferencia del cacique operador regional, el cacique regional sindical contaba con el apoyo de instancias nacionales. Esto gracias al liderazgo nacional de la CROM, que ejerció a partir de la muerte de Luis N. Morones en 1962. “De esta manera, el cacique regional sindical logró mantener su cacicazgo durante los años en los que fue líder sindical, y no es sino hasta mediados de los años 60 que enfrentaría cambios radicales que pondrían en peligro su poderío”, sentencia el documento.

La base del poder del cacique se desbarataba, y nuevamente Atlixco experimentaba un cambio de actividades, al pasar de una comunidad industrial–textil a una de comerciantes. “Las implicaciones de este cambio no pondrán en riesgo la subsistencia del cacique en ese momento, ya que éste se las arreglaría para sobrevivir. No obstante, el cacique se aferraba a su dominio, y desarrolló estrategias que no sólo le permitirían permanecer hasta el momento de su muerte en 1985; de hecho, sentó las bases sobre las cuales se sostendría su sucesor”. 

Son éstas las condiciones bajo las cuales Eleazar Camarillo Ochoa sucede a Antonio J. Hernández. Si bien las circunstancias no serían tan favorables como las que se le presentaron a su antecesor, el modelo “caciquil” sería seguido por este nuevo líder de la CROM atliscence.  

El cacique operador regional, encarnado en Eleazar Camarillo Ochoa, contaría con mucho menos poder que Antonio J. Hernández, de quien heredó una diezmada organización laboral. “No obstante, resulta sorprendente la capacidad para controlar la cotidianidad del municipio y sí, todavía, de la región. Aunque sin esas extraordinarias relaciones con los presidentes de la República y sin el control de los más de 3 mil trabajadores de las fábricas textiles, Camarillo Ochoa aún se daba el lujo de ser el cacique en turno”. 

Los últimos años del cacique sindical  regional se vieron marcados por la crisis de la industria textil, y para la llegada de Camarillo Ochoa la mayoría de las fábricas de Atlixco, base de la riqueza y poder del sindicato, habían cerrado, argumenta la autora. 

“Las implicaciones de la desaparición de las fábricas serían la falta de trabajo y la evolución de la actividad del municipio. Lo primero desembocaría en descontento y el cambio de actividad en creciente modernización. A pesar de esto, como ya se había mencionado, se llevaron a cabo estrategias como la afiliación de taxistas y locatarios del mercado a la CROM y el combate del desempleo mediante trabajos en obra pública, que permitieron que el sistema caciquil sobreviviera”. 

No obstante, sostiene, la capacidad que tenía el anterior cacique, y que incluso fue de trascendencia nacional, se vio acotada y disminuida después de la crisis textil. “El cacique operador regional contaría con un poder de negociación menor al de su antecesor, con menor capacidad de repartir y de invertir en beneficios materiales debido a la pérdida de afiliados al sindicato, aunque preservaría la habilidad de organizar y unificar a la comunidad, la capacidad de movilización de gente y el uso de la violencia”.

El cacique regional sindical sería un personaje fuerte, que manifestaba su influencia de manera directa y hacía uso de la violencia o de la amenaza de manera abierta y contra cualquier tipo de oposición, no permitiría que se dudara siquiera de su fuerza, agrega. “En cambio, el cacique operador–regional, a pesar de ser personalista y de contar con la capacidad del uso de la fuerza, tendría que hacerlo de manera sutil, porque no contaba con la impunidad de que gozaba su antecesor. En la década de los ochenta cumplir amenazas ya no era algo que se pudiera presumir. Frente a estas restricciones, ya no podría alzar su voz en contra de cualquiera: la prensa y los partidos de oposición. Esto limitaría aun más su poder”. 

Las implicaciones del control reducido tienen como ejemplo más importante la formación de una oposición surgida del seno de aquellos que alguna vez apoyaran a Camarillo: la iniciativa privada. “La formación de la oposición ejemplifica la pérdida de control sobre estos personajes influyentes. Indica que ya no necesitaban de los servicios del cacique, que contaban con sus propios medios para negociar, que sus amenazas ya no surtían efecto, que las decisiones ya no las tomaba él, que ya no le debían favores y que si se los debían ya no tenía forma de cobrárselos”.

En realidad, finaliza, el cacicazgo de Camarillo Ochoa sería un estira y afloja entre el viejo y el naciente orden que venía marcándose a nivel nacional. Sin duda alguna, el cacicazgo de Eleazar fue, aparentemente, el último rezago de esa clase política que de por sí ya se había debilitado. “Quedó demostrada de manera práctica la incompatibilidad entre el sistema caciquil y la sociedad moderna que nacía en Atlixco, sociedad más educada, con infraestructura y mejor comunicada (ya no en el aislamiento que ocultaba mejor las arbitrariedades). Este último periodo político en la región fue de decadencia. Aun así, para Camarillo todo seguía siendo inaceptable, a pesar que la realidad nacional venía pisándole los talones”.

 

 

 

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